jueves, agosto 9

Samantha...

Es fuerte y divertida, intrépida, alegre, mordaz, sencilla, agradable, protectora... Es única. Sólo que no lo es. Ella es yo pero distinta. Yo soy ella pero en pequeño y con otras cosas hechas.

Somos iguales. Somos distintas. Ella vive de sueños y pasiones; yo vivo de esperanza y amor. Ella vuela muy alto, yo intento aterrizar mis pies en el piso. Completamos casi a la perfección a la otra, porque donde yo fallo ella es fuerte y visceversa. Compartimos la música, animes, ideas para cosplays, pensamientos filosóficos, prendas de vestir y hasta manías. No nos conocíamos hasta hace tres días y sin embargo siento que la conozco muy bien. Y cómo no conocerla si es como verme en un espejo, sólo que veinte centímetros más alta, un poco más morena y con el cabello más lacio... Hasta tenemos el cabello del mismo largo!

En su mirada lo noto. Ella también ve el mundo como yo, con el corazón en un puño, sólo que a diferencia de mí ella ha optado por ser ella misma todo el tiempo y soñar que hace cosas que no puede hacer. Yo, por mi parte, opté por ser quien debiera ser y hacer todas las cosas que nunca soñé pero que se supone que no haga...

Nuestro espíritu es, en esencia, el mismo, pero el mío ha sido domesticado y el de ella aún corre libre. Corre riesgos, desafía a su propia naturaleza rebelándose a la maldición que cargamos en el nombre y se niega a sólo escuchar a los demás y ser la pacificadora del lugar. Se volvió confiada, alegre, grande.
Yo, en cambio, me volví una Momo. Escuchar, apaciguar, consolar al triste, curar al herido, amar al enemigo. Me hice insegura, triste, pequeña. 

Verla a ella me da esperanza. Puedo cambiar. Puedo ser como ella, como yo. Puedo ser libre del peso que cargué en mí cuando supe el significado de mi nombre. Se me ocurrió que ese era mi destino y lo hice mío. 

 La quiero. Sé que es muy pronto, pero me encariño fácil, y ya siento que la quiero.
Quiero conservarla. Estar a su lado. Una amiga para tomar el té y tocar el piano todos los viernes hasta cumplir los setenta. Una amiga que vomite ideas para retroalimentarme. Un baúl dónde echar secretos que nunca he contado. Sé que me escuchará y ella sabe que yo la escucharé. Sé lo que dirá antes incluso de que abra la boca. Es raro, pero es como yo en amarillo sol, en naranja zarape, en azul mar-de-Cancún.

Es intensa. Es sincera. Es apasionada. Es simple. Es diferente a todo lo que conozco, y gracias a su presencia pude darme una ligera idea de cómo se siente mi presencia cuando estoy también en colores de vida-plena. Creo que es así. Ojalá y no se parezca tanto a mí y se deprima por cualquier cosa.

Sí seguro hay cosas que le entristecen mucho, como no poder dedicarse a su pasión, la música. Y también puede ser que tienda a construir castillos en el aire. Así y todo, no parece pesarle mucho nada de eso. No le pesa como me pesa a mí perder esperanza en la gente o en las cosas, o sentirme falta de amor, o eso creo.

Tendré que esperar y ver, aún es muy pronto para sacar conclusiones, pero Sam... Samu, como le gusta que la llamen, se ha vuelto hoy un algo importante en mi microcosmos. Esperemos a ver qué pasa...