viernes, julio 4

Dröttningu

Al principio la detestaba. Era odiosa, me parecía horrenda, grotesca, grosera, desaliñada, inaguantable.
Le tenía más lástima que empatía. La odiaba.

Mamá quiso protegerla y yo protesté. "Déjala sola"-. le grité indignada. Pero no lo hizo. Dios siempre sabe por qué hace las cosas.

Comenzamos a pasar mucho tiempo juntas, demasiado. Creo que ella sabía que no me gustaba su presencia en mi casa, pero en lugar de intentar pasar desapercibida, se esforzó lo más posible por hacer de cada día una tortura completa. Me exprimía hasta la última gota de paciencia y energía. Pasaba más tiempo intentando alejarla de los objetos peligrosos que conversando con ella. Era inaguantable. Ridículamente infantil, estúpidamente inteligente... y estaba penosamente consciente de su situación como añadida cultural.

La llevamos a casi cada fiesta de la familia, intentando cuidarla a la vez que darle el hogar que tan evidentemente necesitaba. Ella nos rechazaba olímpicamente y subía siempre las escaleras más cercanas hacia la habitación más apartada que pudiera encontrar, importándole poco la privacidad de quién invadía, sin una pizca de consideración para sus anfitriones. Parecía no importarle nada. Era como si odiara a la sociedad y a cada maldita regla social que existía en este mundo. Todo lo que podía romper, lo rompía. Y si había música, la agonía era peor. Yo la entendía, pues también tenía tímpanos sensibles, pero el temor a mi madre y las ganas de convivir siempre eran más grandes que el deseo de silencio que la orillaban a ella a un exilio autoimpuesto del que sólo salía para conseguir comida y algo de beber.

Pero entonces el tiempo pasó. Llegamos a conocernos más allá de la incómoda visita a la que éramos obligadas casi todos los días de casi todas las semanas. Supe del por qué de sus desdenes. Ella supo el por qué de mi desgano. Compartimos poco a poco un trozo de nuestros sueños, planes, aspiraciones, deseos e ideales. Empezamos a intercambiar música.

Dejé de envidiar su vida. Paré de ver sus aparatos costosos como una comodidad que yo deseaba tener y pude verlos como lo que realmente eran: placebos para mantenerla alejada del ronco grito que salía del destrozado matrimonio de sus padres. Ella dejó de envidiar mi libertad y pudo ver que era sólo abandono y desgano, desinterés e ignorancia. Nos dimos cuenta de que éramos víctimas de un mismo monstruo. Y el miedo profundo a estar solas se terminó, al menos para mí. Nos convertimos en compañeras de aventuras, de libros, de vivires, de pensares... nos convertimos en esa persona que está ahí esperando tras bambalinas, la persona que queda cuando todos se van.

Su mal humor fue mejorando, la vi reír mucho más. El mío también mejoró cuando estaba con ella. Compartimos paranoias y delirios guajiros que nos orillaron a reconocernos como valiosas la una para la otra, más que ninguna otra persona en este mundo corrupto. Leímos un libro juntas. Luego leímos más. Empecé a llamarla "Princesa". 

Aprendí a confiar en ella como nunca antes confié en nadie. No era confianza ciega, tampoco era sensiblería. Yo sabía que si alguien protegería mi vida y principios con todas sus fuerzas, esa persona sería ella. Logré entrar a los más profundo de su ser y alcancé a ver el corazón más puro, valiente e incorruptible que he visto en mi vida. Ni deseos personales ni aspiraciones materiales comprarían nunca su sed de justicia, y nada nunca la haría traicionar jamás a un amigo, aún cuando ellos la traicionen. Jugando al ajedrez supe que quería que ella fuera mi líder. Yo, que siempre he sido empujada a la luz de los reflectores, deseaba seguir a esta persona hasta el fin del mundo y más allá porque yo creí en ella, en sus motivos, en sus sueños y sus ambiciones. Estaba dispuesta a prestarle mi vida y todo lo que fuera necesario si el momento lo requería. 

Aún estoy dispuesta a ello.

Pero mi noche aún era muy oscura. Mamá dice que mayormente fue culpa de la Princesa. Yo sé que eso no es verdad. Estoy convencida de que yo intenté suicidarme justo antes de que ella lo intentara también. Creo que ver la miseria que dejé a mi paso tras la hospitalización la hizo ver que la muerte no es la salida que creemos. Y creo que el que la alejaran de mí durante mi recuperación fue el golpe más bajo que mamá me ha asestado en toda mi vida. Éramos amigas, pero la trataron como mi verdugo. Como si ella hubiera comprado las pastillas. Como si ella hubiera querido perderme. Como si ella hubiera querido seguir adelante sola.

Más tiempo ha pasado desde entonces. Cuando hacemos cuentas de los años que llevamos de conocernos nos sentimos muy viejas al constatar que ya es década y un cachito que nos dirigimos la palabra. Pero definitivamente esta es la mejor etapa de nuestras vidas. Ambas hemos crecido mucho, ahora estamos fortalecidas; el cielo está abierto, hay mucho camino para nosotras. 

Aunque hemos pasado los buenos y los malos momentos... Aunque me he olvidado de ella por meses, y ella de mí también... Aunque casi no nos vemos ahora... Aunque ella sea la única persona que me ha clavado un cactus en las manos... Aún así, la amo. No es sólo mi mejor y más grande amiga, mi más profunda relación, la más despiadada y asombrosa líder que he seguido nunca... Es más que mi Princesa, que mi compañera de libros, que mi amiga lunática.

Ella es aún mi todo. Es un pedacito de alma que me arrancaron al nacer. Y por eso yo la adoro. Y la adoraré. La serviré. La seguiré. Siempre. Siempre, a donde sea que vaya, yo estaré ahí para ella. Porque el cariño que le tengo ha ido más allá de cualquier control racional. No puedo justificarlo. Sigue siendo grosera, brusca, agresiva, desaliñada y violenta. Pero yo la amo, muchísimo. Y nunca dejaré de hacerlo.

Si llegas a leer esto, no creas ni de cerca que quiero tenerte en mi cama, Princesa. Bueno, sí, pero no de la manera perversa xD.

Sólo es que hoy a media tarde/noche me asaltó la sensación de que jamás he podido expresar todo lo que tú significas para mí. Quería que el mundo supiera que eres maravillosa y que siempre habrá alguien que cuidará de ti a cada paso, con todas sus fuerzas. Y sobre todo quería dejar un registro... de que nuestra amistad realmente existe. Y que, al menos de mi parte, seguirá existiendo. Porque contigo y por ti pasé hambre y aprendí a cocinar. Porque contigo y sin ti igual podría funcionar. Y porque contigo pero no sin ti es como quiero esta vida. Aunque no me soportes a veces. Aunque yo no te soporte a veces. Así y todo la quiero. Porque te quiero. 

¡Larga vida a mi Princesa! 
Y que el recuerdo de ese examen de secundaria en el que nos abandonaron nunca se vaya de tu corazón.