sábado, octubre 4

Maktub

Como cuando ves que la vida y la muerte se encuentran ahí, siempre juntas, al alcance la una de la otra, rondando las orillas, los resquicios de tiempo en que puede comenzar una y acabar la otra.
Como cuando ves frente a ti la importancia de tender la mano, de no ser un espectador, de no tener miedo. Como cuando te das cuenta que no es sólo una materia más, no se trata de sólo una carrera, se trata de una vida.
Gritos. Miedo. Vidrio volando en todas dirección. El coche destrozado y dos niñas atrapadas dentro.
Me quedé viendo cómo abrían la puerta atascada del cacharro, la puerta donde pegó todo el impacto, la puerta cuya ventana golpeaba una pequeña gritando que la sacaran porque no podía sentir sus piernas. Me paralicé. No supe qué hacer. Tenía que actuar. ¡Tenía que actuar ya!
Vi cómo las sacaban, escuché los gritos, escuché los llamados de auxilio. Vi pasar una patrulla. Vi correr en desesperación a los padres, buscando algo que les ayudara a sacar a sus hijas del automóvil.
No pensé más, tomé mis llaves y salí corriendo. Bajé a tropezones los tres pisos y abrí la puerta de la calle corriendo sin correr, respirando sin respirar, repasando mentalmente mis apuntes de anatomía y de fundamentos de enfermería. Tenían a las niñas acostadas en el capó de otro auto, las zangoloteaban peligrosamente y entonces afloró en mí la calma y el sentimiento de certeza: "¡Yo soy enfermera!"
Me dejaron pasar y corrí a revisar a la niña tal y como lo he visto en clase decenas de veces. Me preocupaban sus piernas, sus costillas, los brazos y el cuello. La inspeccioné con sus padres respirando en mi cuello, la abuela llorando en histeria, los vecinos curioseando cada movimiento. Contrario a lo que pensé, nada de eso me afectó. Mi preocupación era mi paciente y nada más.
Me aseguré de que no tuviera fracturas ni contusiones evidentes que requirieran atención inmediata. Verifiqué sus reflejos. Verifiqué su estado de conciencia y me aseguré de que pudiera caminar y hablar bien. Luego revisé a su hermana. Una lesión en el labio, nada más.
Apenas dicté mi diagnóstico los padres se le fueron encima a las pequeñas, abrazándolas desconsolados. La multitud se centró en ellos y yo me retiré despacio, procurando no ser vista, procurando que nadie me reconociera...
Abrí mi puerta y entré a la casa. Estaba temblando. Aún estoy temblando.
La ambulancia de atención prehospitalaria está abajo, y por lo que veo mi valoración estuvo acertada: nadie lleva collarines provisionales ni nada de eso. Están curándole una herida superciliar al conductor. Las niñas ya están riendo como si nada. Y yo no puedo creérmelo.
Bajé lista para enfrentarme a lo desconocido. Lista para encararme a heridas graves, para hacer lo que hiciera falta. Y no me lo creo. Me doy cuenta de que ya jamás podré rehuir de situaciones así. Ya está impreso en mi alma: soy enfermera. Tengo ya algunos conocimientos y quiero tener más. Quiero tener el poder de ayudar cuando se necesite a quien lo necesite.
Hoy fue mi primer cara a cara con el miedo, la incertidumbre y el deber. Hice lo que debía lo mejor que pude y siento dentro de mí una emoción que no puedo explicar. Sólo sé que estoy muy agradecida. Y también sé que ya no le tengo miedo al mes de práctica. Haré lo que se necesite y no lo haré por mí, por una calificación ni por el hospital, lo haré por mis pacientes. Lo haré porque ellos me necesitan eficiente, instruida y segura de mí misma. Y voy a poder hacerlo bien, no perfecto pero sí bien.

Maktub.