sábado, octubre 4

Maktub

Como cuando ves que la vida y la muerte se encuentran ahí, siempre juntas, al alcance la una de la otra, rondando las orillas, los resquicios de tiempo en que puede comenzar una y acabar la otra.
Como cuando ves frente a ti la importancia de tender la mano, de no ser un espectador, de no tener miedo. Como cuando te das cuenta que no es sólo una materia más, no se trata de sólo una carrera, se trata de una vida.
Gritos. Miedo. Vidrio volando en todas dirección. El coche destrozado y dos niñas atrapadas dentro.
Me quedé viendo cómo abrían la puerta atascada del cacharro, la puerta donde pegó todo el impacto, la puerta cuya ventana golpeaba una pequeña gritando que la sacaran porque no podía sentir sus piernas. Me paralicé. No supe qué hacer. Tenía que actuar. ¡Tenía que actuar ya!
Vi cómo las sacaban, escuché los gritos, escuché los llamados de auxilio. Vi pasar una patrulla. Vi correr en desesperación a los padres, buscando algo que les ayudara a sacar a sus hijas del automóvil.
No pensé más, tomé mis llaves y salí corriendo. Bajé a tropezones los tres pisos y abrí la puerta de la calle corriendo sin correr, respirando sin respirar, repasando mentalmente mis apuntes de anatomía y de fundamentos de enfermería. Tenían a las niñas acostadas en el capó de otro auto, las zangoloteaban peligrosamente y entonces afloró en mí la calma y el sentimiento de certeza: "¡Yo soy enfermera!"
Me dejaron pasar y corrí a revisar a la niña tal y como lo he visto en clase decenas de veces. Me preocupaban sus piernas, sus costillas, los brazos y el cuello. La inspeccioné con sus padres respirando en mi cuello, la abuela llorando en histeria, los vecinos curioseando cada movimiento. Contrario a lo que pensé, nada de eso me afectó. Mi preocupación era mi paciente y nada más.
Me aseguré de que no tuviera fracturas ni contusiones evidentes que requirieran atención inmediata. Verifiqué sus reflejos. Verifiqué su estado de conciencia y me aseguré de que pudiera caminar y hablar bien. Luego revisé a su hermana. Una lesión en el labio, nada más.
Apenas dicté mi diagnóstico los padres se le fueron encima a las pequeñas, abrazándolas desconsolados. La multitud se centró en ellos y yo me retiré despacio, procurando no ser vista, procurando que nadie me reconociera...
Abrí mi puerta y entré a la casa. Estaba temblando. Aún estoy temblando.
La ambulancia de atención prehospitalaria está abajo, y por lo que veo mi valoración estuvo acertada: nadie lleva collarines provisionales ni nada de eso. Están curándole una herida superciliar al conductor. Las niñas ya están riendo como si nada. Y yo no puedo creérmelo.
Bajé lista para enfrentarme a lo desconocido. Lista para encararme a heridas graves, para hacer lo que hiciera falta. Y no me lo creo. Me doy cuenta de que ya jamás podré rehuir de situaciones así. Ya está impreso en mi alma: soy enfermera. Tengo ya algunos conocimientos y quiero tener más. Quiero tener el poder de ayudar cuando se necesite a quien lo necesite.
Hoy fue mi primer cara a cara con el miedo, la incertidumbre y el deber. Hice lo que debía lo mejor que pude y siento dentro de mí una emoción que no puedo explicar. Sólo sé que estoy muy agradecida. Y también sé que ya no le tengo miedo al mes de práctica. Haré lo que se necesite y no lo haré por mí, por una calificación ni por el hospital, lo haré por mis pacientes. Lo haré porque ellos me necesitan eficiente, instruida y segura de mí misma. Y voy a poder hacerlo bien, no perfecto pero sí bien.

Maktub.

viernes, julio 4

Dröttningu

Al principio la detestaba. Era odiosa, me parecía horrenda, grotesca, grosera, desaliñada, inaguantable.
Le tenía más lástima que empatía. La odiaba.

Mamá quiso protegerla y yo protesté. "Déjala sola"-. le grité indignada. Pero no lo hizo. Dios siempre sabe por qué hace las cosas.

Comenzamos a pasar mucho tiempo juntas, demasiado. Creo que ella sabía que no me gustaba su presencia en mi casa, pero en lugar de intentar pasar desapercibida, se esforzó lo más posible por hacer de cada día una tortura completa. Me exprimía hasta la última gota de paciencia y energía. Pasaba más tiempo intentando alejarla de los objetos peligrosos que conversando con ella. Era inaguantable. Ridículamente infantil, estúpidamente inteligente... y estaba penosamente consciente de su situación como añadida cultural.

La llevamos a casi cada fiesta de la familia, intentando cuidarla a la vez que darle el hogar que tan evidentemente necesitaba. Ella nos rechazaba olímpicamente y subía siempre las escaleras más cercanas hacia la habitación más apartada que pudiera encontrar, importándole poco la privacidad de quién invadía, sin una pizca de consideración para sus anfitriones. Parecía no importarle nada. Era como si odiara a la sociedad y a cada maldita regla social que existía en este mundo. Todo lo que podía romper, lo rompía. Y si había música, la agonía era peor. Yo la entendía, pues también tenía tímpanos sensibles, pero el temor a mi madre y las ganas de convivir siempre eran más grandes que el deseo de silencio que la orillaban a ella a un exilio autoimpuesto del que sólo salía para conseguir comida y algo de beber.

Pero entonces el tiempo pasó. Llegamos a conocernos más allá de la incómoda visita a la que éramos obligadas casi todos los días de casi todas las semanas. Supe del por qué de sus desdenes. Ella supo el por qué de mi desgano. Compartimos poco a poco un trozo de nuestros sueños, planes, aspiraciones, deseos e ideales. Empezamos a intercambiar música.

Dejé de envidiar su vida. Paré de ver sus aparatos costosos como una comodidad que yo deseaba tener y pude verlos como lo que realmente eran: placebos para mantenerla alejada del ronco grito que salía del destrozado matrimonio de sus padres. Ella dejó de envidiar mi libertad y pudo ver que era sólo abandono y desgano, desinterés e ignorancia. Nos dimos cuenta de que éramos víctimas de un mismo monstruo. Y el miedo profundo a estar solas se terminó, al menos para mí. Nos convertimos en compañeras de aventuras, de libros, de vivires, de pensares... nos convertimos en esa persona que está ahí esperando tras bambalinas, la persona que queda cuando todos se van.

Su mal humor fue mejorando, la vi reír mucho más. El mío también mejoró cuando estaba con ella. Compartimos paranoias y delirios guajiros que nos orillaron a reconocernos como valiosas la una para la otra, más que ninguna otra persona en este mundo corrupto. Leímos un libro juntas. Luego leímos más. Empecé a llamarla "Princesa". 

Aprendí a confiar en ella como nunca antes confié en nadie. No era confianza ciega, tampoco era sensiblería. Yo sabía que si alguien protegería mi vida y principios con todas sus fuerzas, esa persona sería ella. Logré entrar a los más profundo de su ser y alcancé a ver el corazón más puro, valiente e incorruptible que he visto en mi vida. Ni deseos personales ni aspiraciones materiales comprarían nunca su sed de justicia, y nada nunca la haría traicionar jamás a un amigo, aún cuando ellos la traicionen. Jugando al ajedrez supe que quería que ella fuera mi líder. Yo, que siempre he sido empujada a la luz de los reflectores, deseaba seguir a esta persona hasta el fin del mundo y más allá porque yo creí en ella, en sus motivos, en sus sueños y sus ambiciones. Estaba dispuesta a prestarle mi vida y todo lo que fuera necesario si el momento lo requería. 

Aún estoy dispuesta a ello.

Pero mi noche aún era muy oscura. Mamá dice que mayormente fue culpa de la Princesa. Yo sé que eso no es verdad. Estoy convencida de que yo intenté suicidarme justo antes de que ella lo intentara también. Creo que ver la miseria que dejé a mi paso tras la hospitalización la hizo ver que la muerte no es la salida que creemos. Y creo que el que la alejaran de mí durante mi recuperación fue el golpe más bajo que mamá me ha asestado en toda mi vida. Éramos amigas, pero la trataron como mi verdugo. Como si ella hubiera comprado las pastillas. Como si ella hubiera querido perderme. Como si ella hubiera querido seguir adelante sola.

Más tiempo ha pasado desde entonces. Cuando hacemos cuentas de los años que llevamos de conocernos nos sentimos muy viejas al constatar que ya es década y un cachito que nos dirigimos la palabra. Pero definitivamente esta es la mejor etapa de nuestras vidas. Ambas hemos crecido mucho, ahora estamos fortalecidas; el cielo está abierto, hay mucho camino para nosotras. 

Aunque hemos pasado los buenos y los malos momentos... Aunque me he olvidado de ella por meses, y ella de mí también... Aunque casi no nos vemos ahora... Aunque ella sea la única persona que me ha clavado un cactus en las manos... Aún así, la amo. No es sólo mi mejor y más grande amiga, mi más profunda relación, la más despiadada y asombrosa líder que he seguido nunca... Es más que mi Princesa, que mi compañera de libros, que mi amiga lunática.

Ella es aún mi todo. Es un pedacito de alma que me arrancaron al nacer. Y por eso yo la adoro. Y la adoraré. La serviré. La seguiré. Siempre. Siempre, a donde sea que vaya, yo estaré ahí para ella. Porque el cariño que le tengo ha ido más allá de cualquier control racional. No puedo justificarlo. Sigue siendo grosera, brusca, agresiva, desaliñada y violenta. Pero yo la amo, muchísimo. Y nunca dejaré de hacerlo.

Si llegas a leer esto, no creas ni de cerca que quiero tenerte en mi cama, Princesa. Bueno, sí, pero no de la manera perversa xD.

Sólo es que hoy a media tarde/noche me asaltó la sensación de que jamás he podido expresar todo lo que tú significas para mí. Quería que el mundo supiera que eres maravillosa y que siempre habrá alguien que cuidará de ti a cada paso, con todas sus fuerzas. Y sobre todo quería dejar un registro... de que nuestra amistad realmente existe. Y que, al menos de mi parte, seguirá existiendo. Porque contigo y por ti pasé hambre y aprendí a cocinar. Porque contigo y sin ti igual podría funcionar. Y porque contigo pero no sin ti es como quiero esta vida. Aunque no me soportes a veces. Aunque yo no te soporte a veces. Así y todo la quiero. Porque te quiero. 

¡Larga vida a mi Princesa! 
Y que el recuerdo de ese examen de secundaria en el que nos abandonaron nunca se vaya de tu corazón.

sábado, agosto 10

Sueños de orégano y clavo

Así que hoy estaba cocinando en mi pequeña mini cocina chicharrón en salsa verde por primera vez en mi vida. No es como que fuera muy difícil, pero no tenía una idea muy clara de cómo hacerlo.
Improvisando un poco no podía ser tan difícil, ¿verdad? 

Y mientras cocinaba me arrepentía, me sentía culpable por muchas cosas. Me arrepentía de todos los errores que he cometido estos últimos días, por mis defectos, por mis incapacidades... Mientras cocinaba me disculpaba mentalmente con el mundo al que tanto le debo y al que tanto le he fallado, me disculpaba por mi debilidad, por mis dudas, mi incertidumbre y por lo que fuera que hubiera hecho mal con o sin intención...

Mientras licuaba los tomates con un poco de sal me reproché por las molestias causadas a mis padres, mis amigos, mis hermanos, mis novios y todos aquellos con los que interactué alguna vez. Mientras hervía el chicharrón y sazonaba la salsa me arrepentía por haberme equivocado tanto, por no ser más valiente, por haber dejado que pasaran algunas cosas y no haber permitido otras...

Cuanto más grande y delicioso se volvía el vapor que salía de la olla, más pesado caía sobre mi el pasado nefasto, el pasado indecible. ¿Por qué me pesarán tanto estas cosas? ¿Por qué no puedo olvidarlas? ¿Por qué no hago como los demás y las dejo ir? 
Seguí removiendo la salsa, añadiéndole un poco de orégano triturado con mis propias manos, probé la salsa y le agregué dos clavos de olor para que adquiriera esa corpulencia aromática de las salsas caseras. 

Siempre me he sentido un estorbo, una cosa molesta que sólo le provoca problemas a los demás. Siempre, excepto cuando cocino. Cuando tengo la cocina para mí sola sucede algo extraño, porque pareciera que hago magia cuando logro que las cosas salgan bien, y eso es porque puedo hacerme cargo y  resolverlo todo con mi propia intuición, mi propia creatividad. No hay nada luchando en contra mía, sólo el fogón, mis ingredientes y yo.
Me resulta delicioso poder darle algo de mí a los demás, fruto de mi esfuerzo y mi amor. Es mi modo de retribuirles todo lo que me han dado. Cocinar hace que me sienta menos culpable por todo y me da la oportunidad de pensar un poco, de sentir lo que estoy haciendo y así poder transmitir lo que siento.

Intento recordar desde cuándo comencé a pensar en mí como una molestia pero no lo recuerdo. Sólo sé que desde que era muy pequeña quería remediar todo lo malo que había traído con mi simple existencia. Sé que por eso mis sueños más profundos son hacer felices a los demás y poder cargar sobre mí con toda la infelicidad que hay en el mundo. ¿Qué tonto verdad? Querer ser infeliz para que los demás sean felices.
Quizá es por eso que no creo en mi propia felicidad, porque lo siento como algo injusto y egoísta. ¿Con qué derecho me atrevo a ser feliz por mí misma en vez de dedicarme a hacerle la vida más ligera a los demás?

Siempre que me equivoco, termino pensando en que renunciaré a mí, a mis sueños y deseos para así volcarme por completo a resarcir mi error, a pagar mi deuda. Empiezo a despedirme de mi yo para rendirme al servicio de quienes me necesiten y hacer realidad los sueños de los demás. Curiosamente, jamás había pensado en mí como la protagonista de nada, razón por la cual no consideré seriamente ser artista (ni cantante ni actriz, ni tampoco escritora), sino más bien como la persona que está tras bambalinas ayudando a que todos hagan su trabajo y sean felices por ello. Siempre me imaginé como la persona más dulce, la más cálida, la más fuerte, la más callada, la más hábil, el tipo de persona que siempre tiene una solución para toda y te la entrega con una sonrisa en el rostro.
Pensaba en mí como un trampolín al éxito que los demás podían usar como les placiera, como un ente multiusos que trabajara incansable por el bien de los demás.

Mi único espacio -solía pensar- sería la cocina, porque será donde crearé los platillos más sabrosos para mi propia satisfacción personal. Y por eso, cuando aprendí a cocinar y comprendí que podía hacerlo muy bien, me sentí útil, verdaderamente útil. De todos mis talentos, creo que es el que más me gusta.

Extrañamente, siento esa imperiosa necesidad de sacrificarme a mí, que he hecho tantas cosas tan mal, en pro de quienes van a hacer las cosas mejor que yo. Siento la necesidad de disminuirme al máximo, de casi desaparecer de este mundo y convertirme en una sombra, en alguien que no exista y no sea importante pero que pueda hacer mucho por quienes le rodean.

Claro que, por más que lo he intentado, no he podido lograrlo. La gente no para de darme importancia, de amarme, de querer que yo brille, aunque no sea eso lo que yo quiera. Es gracioso que todos me tengan en tan alta estima dado la persona que soy. Si realmente soy tan linda, tan amable y madura, ¿cómo es posible que me siga equivocando? ¿Por qué sigo haciendo daño? ¿Por qué sigo estorbando?

No encuentro mi lugar en ningún lado. Aún no encuentro el modo de sentir que no soy una molestia. Aún sigo pensando, cada vez que me equivoco, en que debería dejarme de lado para hacerle sitio a quienes realmente merecen sobresalir.
Creo que, en gran parte, fue por esa razón por la que hace un año quise suicidarme. Me siento demasiado culpable porque mi existencia no ha traído tantas cosas buenas como se merecen los que me han cuidado y amado toda mi vida. Pienso en mí como algo tan inútil y desechable que no supe apreciar mi protagonismo en mi propia vida. Me sentí tan sobrevalorada, tan incapaz de llenar el traje que todos veían en mí, que quise desaparecer. Quise ponerle fin a mi incapacidad de servirles a otros, a mi egoísmo y a mi capacidad de infligir dolor en otros; por eso hice lo que hice.

Ya he superado en gran medida muchas de las cosas que me hacían querer morir, pero este es un aspecto que sigue ahí y se hace más notorio cada vez que siento que decepciono a alguien o cada vez que cometo un error. Sigo preguntándome qué está mal en mí como para pensar estas cosas. Me pregunto si hay alguien que entienda exactamente lo que siento... ¿Habrá alguien como yo ahí afuera, intentando vivir para otros?

No me entiendan mal, sé reconocer lo bueno que tengo y lo malo también. Sé que no soy una basura como persona y también sé que valgo la pena, pero... ¿cómo decirlo? Sólo pienso que mi vida sería más útil si la dedicara a alguien que no fuera yo. No deseo la gloria, tampoco el estrellato. Ni siquiera deseo tener una vida cómoda, mucho dinero y un auto del año... No hay algo que realmente ambicione excepto dar felicidad. Quiero darle al mundo todo lo que pueda. Quiero ser amor. Quiero ser sosiego y paz. Quiero ser refugio y consuelo incondicional. Quiero trabajar duro desde el amanecer hasta el anochecer y no tener apenas tiempo para dedicarme a mí. Quiero retribuir por todos mis errores y darle la oportunidad a aquellos que sí quieren ser protagonistas para que brillen y destaquen y se conviertan en todo lo que siempre soñaron.

Creo que por eso me gustan la cocina y la enfermería. ¿Qué mejor forma de salir de ti mismo que convirtiéndote en especias y sal, en clavo de olor y olla de barro, mientras cocinas algo delicioso para tu familia, amigos e invitados? ¿Qué mejor forma de retribuir que prodigando cuidados a los que más lo necesitan?

Y por ahora mi salsa está lista y mi mente más clara. Los vapores se llevaron mi incertidumbre y un poco de mi culpa, porque sé que en cuanto mi familia pruebe mi comida sentirán un poco de la gratitud que siento hacia ellos por su duro esfuerzo en este lluvioso día de trabajo...

Gratitud

Usualmente me cuesta mucho trabajo ponerle un nombre a las entradas que publico, y usualmente no es el más acertado. Ya sé que hace mucho que no publico nada, pero la verdad me desanima descubrir que muchos de mis escritos son muy... malos. Hoy escribo únicamente porque contarle esto a alguien en particular parecerá una queja o un pedido de auxilio (lo cual no es el caso), y porque es algo que me tocó tan profundo que no puedo dejarlo atrapado dentro de mí sin compartirlo a nadie.

Hace unos meses que mi madre perdió su trabajo. Desde entonces ha estado trabajando en créditos financieros y otras cosillas de ventas, pero nada ha ido realmente bien. Incluso tuvimos que pedirle a mi primo que regresara a vivir con nosotras para que nos ayudara con los gastos de la casa.
La situación se tornó más desesperada después de mi cumpleaños. Creo que mamá quería darme gusto con una fiesta, porque hace un año no hicimos nada para celebrar, pero ahí se nos fue el dinero que estaba destinado al resto del mes.

Llevo no sé cuántos días comiendo dos veces diarias máximo, y hace tiempo que no desayuno como Dios manda. No hay fruta, verduras o ningún tipo de comida en mi refrigerador. Hace meses que le damos excusas al casero por no tener la renta a tiempo o completa. Estaba desesperada, no por la falta de comida o lo precario que era salir de casa, sino por el mal humor que poco a poco fue envolviendo a mi madre. Se quedaba callada todo el tiempo, acostada, viendo la tele, sin ánimo para nada.
Se hizo un suplicio estar aquí encerrada, pero no podía ir a ningún lado porque no tenía dinero para moverme.

Ayer gastamos en la comida el último centavo que teníamos y cuando llegamos a la casa con comida
había una lúgubre expresión en nuestra cara: ¿Qué haríamos al día siguiente para comer?
Y un milagro ocurrió entonces: limpiando las bolsas de regalo encontré un billete que me dejó mi papá. ¡Cien pesos! Estábamos salvadas. Corrí a la cocina y se lo puse a mamá en las manos con una sonrisa para animarla: teníamos un día más cubierto.

Pero hoy fuimos a ver a mi padrino. Él quería verme para felicitarme por mi cumpleaños, así que fuimos a verlo a pesar de todo. Nos invitó a comer en un restaurantillo cerca de su oficina.

La hamburguesa que comí ahí me supo a gloria, hacía mucho que quería en mi dieta algo que no fueran tacos de 5x10 pesos o huevos revueltos. Y luego, tras una agradable charla y una desagradable discusión sobre mi elección de carrera (porque mi padrino piensa que me desperdiciaré estudiando enfermería), mi padrino dijo:

-No sé qué regalarte.-y empezó a sacar de su cartera un par de billetes.- Así que cómprate lo que quieras.

Y me puso el dinero en las manos. A mí. Dinero. En las manos. Debía ser mil pesos o algo así, y se me hizo un nudo en la garganta, pero aguanté las ganas de llorar hasta que nos despedimos de él y le dimos la espalda. Entonces rompí a llorar y le dí a mamá ese dinero tal cual llegó a mis manos, sin verlo de nuevo, sin contarlo siquiera.

No puedo explicar cómo se sintió. Yo no esperaba nada de él, le estaba agradecida por la comida y pensaba que así al menos aguantaría el resto del día si era necesario, pero entonces, en un gesto absolutamente inocente, me dio lo que más necesitaba: un modo de ayudar a mi mamá.
él no lo sabe, pero su generosidad nos permitirá comer esta semana. Le dará a mi madre la oportunidad de trabajar un poco más sin preocuparse tanto por mí.

Ese gesto, ese regalo, significó más para mí que sólo un par de billetes. Fue como si Dios me dijera: "Tranquila, estoy aquí para cuidarte".
He sentido gratitud antes, pero hoy aparecieron ante mí los rostros de todos los otros ángeles que nos han salvado, que nos han ayudado antes, y no pude más que llorar de felicidad porque cuando todo se veía más oscuro, la luz de la esperanza se encendió otra vez.

Estoy esperando la respuesta a un par de solicitudes de empleo que mandé hace poco. Sé que pronto podré ayudar más, así que procuro relajarme un poco. Mientras tanto seguiré rezando por mi padrino, para que su regalo le sea retribuido diez veces.

Y esa... esa es mi historia de hoy. Gratitud. No darse por vencido. Ser fuertes. Y, cuando lo necesites, pide ayuda. Nunca está de más pedir ayuda, porque no siempre caerá del cielo como me pasó a mí hoy...

martes, junio 4

NOCHES DE VERANO

ADVERTENCIA: Contenido no apto para mentes sensibles o morbosas. Este texto fue escrito por amor al arte, con la finalidad de explotar una faceta de escritora que no había experimentado todavía. Cualquier comentario será bienvenido, pues como es mi primera vez con este tipo de textos estoy abierta a sugerencias respecto a la trama o la narrativa. Y, si eres papá... por favor no mueras del infarto cuando lo leas xD

La lúgubre luz de la lámpara no bastaba para iluminar la habitación entera. Kiana estaba sentada en la cama, temblando, esperando.
Esa noche era su noche. Kiana sabía que en cuanto se apagaran las luces y papá se fuera a dormir, él entraría en la habitación como lo había hecho durante una semana entera y se metería en la cama con ella.
La abrazaría con sus enormes brazos y luego, poco a poco, recorrería su pequeño cuerpo con sus gigantescas manos. Iría de arriba a abajo, empezando por el talle de su cintura y bajando poco a poco hasta su muslo para volver hacia arriba, cada vez más cerca de sus pechos cálidos y suaves hasta tocarlos con las puntas de los dedos. Luego bajaría la mano delicadamente por su estómago, demorándose un momento para jugar con su ombligo y después seguir su camino hasta su vientre húmedo y caliente, palpitante por la excitación.
Ella sabía que para entonces sus pezones estarían duros, como cuando hacía frío, y que él estaría frotando esa "cosa" contra su trasero desnudo. Sería como todas las otras noches, excepto que esta vez lo dejaría hacer más cosas; Kiana se sentía intrigada por lo que pasaría si no lo detenía cuando intentaba darle la vuelta para ponerla encima de él. ¿La penetraría? Y si lo hacía, ¿cómo se sentiría?
Kiana no podía más que alisarse otra vez los bordes de la playera extra grande que usaba para dormir en las noches de verano mientras imaginaba lo que ocurriría esa noche e intentaba no morir del sofoco que le provocaba la emoción de su nueva resolución de seguir adelante con el juego. Entonces escuchó los pasos de papá en la habitación de arriba. Ya era la hora de dormir.
Apagó la lámpara y se acostó en la cama bajo una ligera capa de sábanas; esas sábanas limpias y suaves que preparó especialmente para ese día. Eran sus preferidas pero eran muy viejas, ya estaban de tirar y por eso las escogió, para no tener que lavarlas después de toda la suciedad que deberían absorber esa noche. Kiana cerró los ojos y esperó. Respiró profundamente un par de veces y de pronto escuchó entre la oscuridad el chasquido del picaporte al girar y abrir la puerta. Su corazón se volvió loco y un mojón incontrolable le humedeció las pantaletas de encaje que se compró especialmente para esa noche.
Entonces lo sintió, sintió la presencia de ese hombre. Él la besó directamente en la boca, apasionadamente, forzando su lengua dentro de la boca de la chica sin esperar siquiera a sentarse en la cama. Kiana, sorprendida a la vez que excitada por la brusquedad del beso, supo que sin querer ambos tenían en mente la misma cosa: llegar hasta el final.
Ella contuvo el impulso de abrir las piernas y dejarlo instalarse ahí desde el principio; en lugar de eso rodeó el cuello del hombre con sus brazos y lo obligó a acostarse junto a ella para seguir besándolo. Él metió el cuerpo bajo las sábanas y la tomó por la cintura, apretándola contra él, recorriendo su silueta con una mano mientras con la otra se esforzaba por mantener el equilibrio sobre el codo. Puso una pierna entre las de ella y la recostó completamente, poniéndose casi encima de ella, pero no del todo, aún no.
Cuando él empezó a lamerle la oreja, un escalofrío le recorrió la mitad del cuerpo y un nuevo mojón la humedeció más todavía. Kiana podía sentir cómo le palpitaba "aquello", ansioso por recibir dentro de sí a ese hombre que era tan grande para ella, que la inundaba toda, que la envolvía en su aliento y la cubría con sus besos y sus manos como quien agarra una manzana. Su cuerpo estaba perdido en el limbo y lo único que podía ver, oír y oler era a él, y lo único que sentía era lo que él le hacía, porque por mucho que ella lo intentara no podía escapar de sus besos para lamer su oreja, ni podía huir de sus brazos para morder su ombligo... No, lo único que podía hacer era entregarse, dejarle ver a él lo bien que la estaba excitando porque creía que eso era lo único que ella podía hacer para excitar más a ese hombre.
Avergonzada a la vez que encendida, lo dejó mirarla, mirar su rostro arrebolado al borde del éxtasis, sus senos blandos y su piel de gallina por el miedo y la emoción. Lo miró sumisamente a los ojos, que estaban oscurecidos por el deseo y el placer. Lo dejó morder, lamer y chupar en ella lo que él quiso, aferrándose a la cama y las almohadas para no dejar escapar ningún sonido que pudiera alertar a papá. Dejó que la pusiera arriba de él y, sobreponiéndose a su pudor (que en esos momentos era ya escaso), clavó su lengua en su boca buscando llegar a lo más profundo, pellizcó suavemente sus tetillas (en parte por placer y en parte para mostrarle que si lo hacía suavemente igual se sentía bien) y luego bajó más y más la mano hasta cerrarla alrededor de su pene erecto, caliente, resbaloso y palpitante.
Una idea surgió en su cabeza y sin detenerse a pensarla, Kiana bajó su cabeza hasta encontrarse de frente con ese monumento a la lujuria y lo lamió con timidez como si fuera un chupete, una paleta de hielo o un caramelo enroscado, con fruición y placer, degustando la calidez y la humedad. Sintió sobre su cabeza las manazas del hombre y tras lamer un poco la punta,  apretó los labios y las deslizó pene abajo, metiéndolo en su boca tanto como pudo. Chupó delicadamente, temiendo dañarlo, y luego subió y bajó otra vez con los labios suavemente apretados alrededor.
El hombre le acariciaba la cabeza y a veces intentaba llevarla más hacia abajo, pero ella no dejó que él tomara el control, no en eso. Ese momento le pertenecía a ella, ella lo tenía a su merced. Chupó, lamió, subió y bajo hasta que de pronto el susurró su nombre y ella sintió palpitar entre sus labios esa "cosa". Algo caliente le llenó la boca y ella hizo un esfuerzo enorme por no derramar nada sobre el colchón.
Aunque ya había pensado en que ese momento llegaría, cuando tuvo el semen en la boca no supo si tragarlo o dejarlo salir de sus labios. Por un instante le sobrevino un asco tremendo de pensar en tragarlo, pero pronto se armó de valor y de dos tragos lo pasó. El hombre por su parte no se dio cuenta de este dilema; estaba muy ocupado reposando el orgasmo tendido sobre las sábanas como si cualquier cosa.
Kiana se acostó encima de él y lo besó con suavidad y dulzura, haciéndole probar un poco (sólo un poco) de su propio semen. El hombre la besó con renovada intensidad y sin pedirle parecer ni permiso le tomó los muslos con las dos manos y la abrió de piernas sobre él, oscilando a escasos centímetros de su pene.
Ella se sujetó del pecho del hombre como pudo y repentinamente un miedo tremendo la conquistó. Pero ya era demasiado tarde: Él empujó con las caderas hacia arriba y entró en su húmeda vagina antes de que ella pudiera decir ni pío.
El placer de recibirlo la despegó de su conciencia unos segundos, pero cuando se repuso comenzó a moverse intentando seguir el ritmo que él ya llevaba. Kiana estaba ya demasiado excitada, así que no habían pasado más de diez minutos cuando ella ya se había corrido dos veces. Cuando él terminó, Kiana flotaba en las nubes, apenas consciente de lo que acababa de suceder.
Besó al hombre dos veces, lo miró a los ojos y luego lo besó otras tres. Se abrazó a su cuerpo como un koala se abraza de un eucalipto. No quería que se fuera. Se sentía completa en ese momento, allegada así a él, desnudos ambos, embonando de una forma casi perfecta en el cuerpo del otro. Pero lo dejó ir. Ya estaba casi amaneciendo y papá no debía saberlo...
No, papá no debía saber jamás que ese hombre la visitaba en las noches. Papá no debía saber que Kiana amaba a ese hombre. Papá mataría al hombre que le quitó a su hija la virginidad, y con mayor razón porque la condición social de ese hombre respecto a Kiana hacía que su amor estuviera prohibido.

Si papá supiera que es sonámbulo se medicaría... Y se acabarían para Kiana esas noches de pasión y verano.

-Papá... -susurró ella en el silencio de su habitación.- Papá... siempre supe que el primero serías tú...

La prueba definitiva

Si quieres saber si estás listo para tener una relación seria con alguien o si esa persona está comprometida al cien contigo, no tienes más que pedirle que inicien un negocio juntos.
Oh sí, suena simple, pero la verdad es un asuntazo que para qué les cuento...

Estas vacaciones yo tenía la plena intención de trabajar, emplearme en alguna cadena de comida rápida y ganar dinero, ya saben, ir ahorrando para la uni y para cuando me salga de mi casa; sin embargo, parece que mi tamaño y apariencia no termina de convencer a mis contratadores. Qué más quisiera yo que verme como una chica de mi edad y medir lo que mide una persona normal, pero para mi desgracia parezco de doce años y mido menos que un pigmeo (okey, no tan así, pero seguro que entre los pigmeos no sería la más alta tampoco).

Me presenté a varios puestos, pero después de darme un vistazo me salían con el "eres menor de edad y no puedo contratarte", aún cuando el tipo que entraba a entrevista después mío era dos años menor (claro que medir 1.70 de altura y tener barba le ayudaba mucho). Cuando ya empezaba a plantearme ponerme un bigote falso, una amiga me comentó que acaba de abrir un puesto de raspados en su casa y que no le estaba yendo nada mal.

Lo pensé un poco y un día, como por coincidencia, mi caballero me sugirió autoemplearnos, poner un negocio juntos, y yo, claramente, acepté. Como es época de calor, me pareció que los raspados era una buena línea a seguir, y mi imaginación empezó a volar respecto a cómo hacerlos y dónde vender...

Pero ya pasados un par de días, cuanto más lo pienso ¡más miedo me da! Es decir, no es que no confíe en él o en nuestra dama, pero ¡poner un negocio juntos es ir muy en serio!
Osea, poner dinero los tres para comenzar algo así como un patrimonio, trabajar juntos, hacer ese esfuerzo extra e intentar mantenerlo todo el tiempo que sea posible... 
Es casi como casarse! Jajajajaja, no, ya en serio, está peliagudo. 

Mi experiencia me dice que cuando se trata de dinero, las cosas se ponen peligrosas. Siempre habrá el sentimiento de "yo estoy haciendo más que ustedes y no recibo lo justo", o no falta el "yo estoy poniendo X cosa de más" o el "yo invertí más que tú", y así puedo seguir y seguir...
Amistades largas, cuentas claras. Espero no verme envuelta en esos sentimientos esgoístas, y también espero que aprendamos a trabajar juntos sin distraernos ni nada de eso. Y espero que le hallemos una solución al problema de las ganancias, porque a como yo lo veo todo excepto una pequeña cantidad debería ir a nuestro fondo común de ahorros... el problema es si llega el día en que ese fondo tenga que dividirse en tres... o en dos...

¿Si nos separamos qué pasaría con el negocio? ¿El negocio sería un factor importante de peleas? Espero sinceramente que no.

Por mi parte, trabajaré en serio. Trabajaré duro, primero para lograr que funcionen los raspados y luego para vencer mi pánico a las ventas, y luego para llevar un administración efectiva. También espero no causarle problemas a mamá... ¡Ya tenemos suficientes por el momento!

Uf... ¿triunfaremos? ¿quedará como una linda anécdota? ¿Será el punto final o el inicio de algo mejor? Como quiera que sea sólo diré una cosa más: ¡más les vale que vengan a comprarnos raspados! xD

jueves, agosto 9

Samantha...

Es fuerte y divertida, intrépida, alegre, mordaz, sencilla, agradable, protectora... Es única. Sólo que no lo es. Ella es yo pero distinta. Yo soy ella pero en pequeño y con otras cosas hechas.

Somos iguales. Somos distintas. Ella vive de sueños y pasiones; yo vivo de esperanza y amor. Ella vuela muy alto, yo intento aterrizar mis pies en el piso. Completamos casi a la perfección a la otra, porque donde yo fallo ella es fuerte y visceversa. Compartimos la música, animes, ideas para cosplays, pensamientos filosóficos, prendas de vestir y hasta manías. No nos conocíamos hasta hace tres días y sin embargo siento que la conozco muy bien. Y cómo no conocerla si es como verme en un espejo, sólo que veinte centímetros más alta, un poco más morena y con el cabello más lacio... Hasta tenemos el cabello del mismo largo!

En su mirada lo noto. Ella también ve el mundo como yo, con el corazón en un puño, sólo que a diferencia de mí ella ha optado por ser ella misma todo el tiempo y soñar que hace cosas que no puede hacer. Yo, por mi parte, opté por ser quien debiera ser y hacer todas las cosas que nunca soñé pero que se supone que no haga...

Nuestro espíritu es, en esencia, el mismo, pero el mío ha sido domesticado y el de ella aún corre libre. Corre riesgos, desafía a su propia naturaleza rebelándose a la maldición que cargamos en el nombre y se niega a sólo escuchar a los demás y ser la pacificadora del lugar. Se volvió confiada, alegre, grande.
Yo, en cambio, me volví una Momo. Escuchar, apaciguar, consolar al triste, curar al herido, amar al enemigo. Me hice insegura, triste, pequeña. 

Verla a ella me da esperanza. Puedo cambiar. Puedo ser como ella, como yo. Puedo ser libre del peso que cargué en mí cuando supe el significado de mi nombre. Se me ocurrió que ese era mi destino y lo hice mío. 

 La quiero. Sé que es muy pronto, pero me encariño fácil, y ya siento que la quiero.
Quiero conservarla. Estar a su lado. Una amiga para tomar el té y tocar el piano todos los viernes hasta cumplir los setenta. Una amiga que vomite ideas para retroalimentarme. Un baúl dónde echar secretos que nunca he contado. Sé que me escuchará y ella sabe que yo la escucharé. Sé lo que dirá antes incluso de que abra la boca. Es raro, pero es como yo en amarillo sol, en naranja zarape, en azul mar-de-Cancún.

Es intensa. Es sincera. Es apasionada. Es simple. Es diferente a todo lo que conozco, y gracias a su presencia pude darme una ligera idea de cómo se siente mi presencia cuando estoy también en colores de vida-plena. Creo que es así. Ojalá y no se parezca tanto a mí y se deprima por cualquier cosa.

Sí seguro hay cosas que le entristecen mucho, como no poder dedicarse a su pasión, la música. Y también puede ser que tienda a construir castillos en el aire. Así y todo, no parece pesarle mucho nada de eso. No le pesa como me pesa a mí perder esperanza en la gente o en las cosas, o sentirme falta de amor, o eso creo.

Tendré que esperar y ver, aún es muy pronto para sacar conclusiones, pero Sam... Samu, como le gusta que la llamen, se ha vuelto hoy un algo importante en mi microcosmos. Esperemos a ver qué pasa... 

martes, julio 3

Presidente Marioneta, Contendiente Derrotado

Domingo por la mañana, primero de julio. Se siente emoción, esperanza, incertidumbre, ganas de (por fin) tener ante nosotros un camino nuevo...
Más tarde el desconcierto, la incredulidad, el miedo, la indignación y el coraje de ver las encuestas tomando el camino que sabíamos (muy en el fondo) que tomarían pero que esperábamos que no lo hicieran porque significaría que todo el esfuerzo hecho sería arrastrado de nuevo por el poder del FRAUDE y el DINERO.


Padres con miedo por sus hijos, pidiéndoles que no salgan el domingo porque habrá disturbios; hijos indignados al ser testigos de la represión, el engaño y el miedo del que tanto habían oído hablar...


Miras la tele acostado en tu cama y ves a Peña agradeciendo la confianza. ¡Qué confianza ni que carajos! Te duermes con un mal sabor de boca, preguntándote qué será de tu futuro ahora... 
¿Habrá una revolución? ¿Habrá más crimen? ¿Se calmará el problema con el narco gracias a nuevos acuerdos presidenciales? ¿Privatizarán Pemex, el IPN, las Vocacionales? ¿Quitarán las materias humanísticas de tu plan de estudios? ¿Te harán trabajar más y pensar menos? ¿Te acostumbrarás al PRI y acabarás votando por el para ir a lo seguro o seguirás buscando un cambio, enseñándole a tus hijos a pensar diferente para que ellos hagan los que tu generación no pudo?¿Qué tanto podrás aguantar sin libertad de prensa, sin información verídica en los medios, sin ingresos seguros, pagando tu tributo al narco de la esquina para que no te mate a ti o a tu familia?
¿Hay esperanza? ¿Podría alguien, por favor, decirme qué pasará ahora? ¿Debo tener miedo? ¿Es aceptable no querer pelear, querer tener un gobierno responsable sin levantarse en armas?
México lindo, México amado... ¿Qué vamos a hacer ahora que ha vuelto el dinosaurio?


jueves, junio 14

Los Ojos De Alicia


Alicia está llorando. Su relación con Joel acaba de terminar, y no precisamente porque
ella quisiera.


Lo extraña mucho, y le dolió en el alma escucharlo en el teléfono diciéndole: "Adiós".
De eso ya hace un par de semanas, pero ella sólo lo extraña más. No entiende qué es lo 
que pasó, tenían una buena relación, eran muy felices juntos, o al menos eso creía ella.


Sí, es cierto que ella no era la mejor novia del mundo, era olvidadiza, un poco grosera,  altanera, que solía hablar de más y que acostumbraba embriagarse en las fiestas hasta perder la conciencia, pero ¿quién no lo ha hecho? No era nada tan grave como para cortar una relación tan larga, y sin embargo ahí estaba él, llamando por teléfono para terminarla a distancia, sin atreverse siquiera a mirarla de frente, supuestamente porque "así sería más fácil para los dos".


De pronto el teléfono de Alicia vuelve a sonar y antes de contestar ella siente una gran angustia en el pecho. Es Mateo,el mejor amigo de Joel, y la llama para decirle que algo terrible ha sucedido. Joel ha quedado ciego gracias a una bengala que le estalló en la cara mientras tomaba las fotos de un partido de futbol.


Alicia cuelga horrorizada, con un gritito atrapado en la garganta. De todas las tragedias que pudieron pasarle a Joel, le pasó justo aquella que rompería su sueño de ser fotógrafo profesional. Si no podía ver las fotos que tomaba, ¿qué caso tenía entonces? Tomó su bolso y se dirigió al hospital como alma que lleva el diablo. 


Llega a la habitación y lo primero que ve es la venda que cubre los ojos de Joel. 
Ella le habla y él le pide perdón por muchas cosas, cosas que ella ya tenía olvidadas o perdonadas desde el mismo momento en que pasaron. Ella quisiera aliviar su sufrimiento pero no sabe cómo, hasta que de pronto él le dice:


-Qué lástima que esté ciego... Con lo mucho que me gustaba ver tus ojos y ahora ya no volveré a verlos...


Y entonces ella supo cómo lo ayudaría. Se despidió rápido y no le dijo nada, porque sabía que él no lo permitiría. Hizo unas llamadas a gente que hubiera deseado evitar y se las arregló para que Joel no fuera dado de alta hasta tener listo todo lo que necesitaba.
La pobre pasó un par de días en una ansiedad horrible, ni siquiera quería dormir porque no quería perderse de nada de lo que pasara antes que apagara voluntariamente sus luces...


Entonces llega el día y Alicia va a visitar a Joel. Lo mira largo y tendido mientras hablan.
Han recuperado la vieja amistad y pareciera que en cualquier momento llegarían a una reconciliación, pero ella no quería forzarlo, ella sólo deseaba que él fuera feliz, con o sin ella...
Se despide y logra esconder de su voz las lágrimas que le están mojando los ojos y las mejillas para que Joel no se preocupe por ella. Antes de salir de la habitación lo ve una vez más y, soltando un largo suspiro, da la vuelta y se va.


Llega al consultorio y le advierten que no hay marcha atrás. Ella ya lo sabe, por eso está pagando la fortuna que costaba tan dudoso y bizarro procedimiento... Les hace jurar a los matasanos esos que enviarán el transplante de inmediato, ellos se lo aseguran.
Después de eso, la sedan y ella cierra sus ojos por última vez, despidiéndose de la luz y del color para adentrarse en la eterna oscuridad.


En una sala de recuperación un médico quita una venda de los ojos de Joel. Recibió rápidamente un inesperado transplante: Dos ojos completos, extraídos quirúrgicamente y de dudosa procedencia, llegaron al hospital con la consigna de ser "reimplantados" en el señor Joel Fonseca. El comité de transplantes se negó en un principio, pero dado que no podían establecer que la donación tuviese un origen criminal y el tiempo corría en contra, accedieron a hacer el transplante, devolviéndole al joven la vista que creyó irreparablemente perdida.


El médico prueba la retina, la agudeza visual, la curación de las heridas, etc. Todo funciona de maravilla y Joel apenas cabe en sí de la felicidad. Ahora aprecia realmente cada instante de luz, cada tono de cada color... Le parece que recuperó una bendición que siempre dio por sentada y que al serle arrebatada se llevó consigo parte importante de él.
Lo único que empaña su felicidad ahora es que Alicia no ha ido a verlo desde que lo operaron. No ha sabido nada de ella y se pregunta si acaso la sensación de poder salvar su relación fue sólo un espejismo o si fue real...


Llega Mateo de visita y charlan animadamente, pero Joel nota que éste le oculta algo.
Se le ve un semblante triste, torturado. Lo mira constantemente a los ojos con insistencia, como si buscara algo. Joel pensó por un momento que quizá intentaba asegurarse que realmente estaban ahí unos ojos que podían ver, pero pronto esa sensación fue reemplazada por la certeza de que Mateo veía algo que él no podía ver.


Intentando distraer su mente de esos pensamientos, Joel pregunta por Alicia y entonces una sombra cruza la cara de Mateo. Preocupado, Joel insiste en saber de ella pero sólo obtiene evasivas de su amigo, quien lo mira  cada vez más fijamente a los ojos. Frustrado, Joel empezó a meterse en serio con él, a molestarlo y provocarlo para obtener la información que quería, sin embargo (y para su sorpresa), Mateo comenzó a llorar y le dijo:


-¿Quieres saber lo que me pasa? ¿Quieres saber qué le pasó a Alicia? Mírate en un espejo.


Desconcertado, Joel se levantó de la cama y se dirigió al pequeño baño que había en la sala. Cuando se vio en el espejo (la  primera vez que veía su reflejo desde la operación) se quedó helado. Ahí, devolviéndole la mirada, estaba Alicia. 


Los ojos de Alicia.