martes, junio 4

NOCHES DE VERANO

ADVERTENCIA: Contenido no apto para mentes sensibles o morbosas. Este texto fue escrito por amor al arte, con la finalidad de explotar una faceta de escritora que no había experimentado todavía. Cualquier comentario será bienvenido, pues como es mi primera vez con este tipo de textos estoy abierta a sugerencias respecto a la trama o la narrativa. Y, si eres papá... por favor no mueras del infarto cuando lo leas xD

La lúgubre luz de la lámpara no bastaba para iluminar la habitación entera. Kiana estaba sentada en la cama, temblando, esperando.
Esa noche era su noche. Kiana sabía que en cuanto se apagaran las luces y papá se fuera a dormir, él entraría en la habitación como lo había hecho durante una semana entera y se metería en la cama con ella.
La abrazaría con sus enormes brazos y luego, poco a poco, recorrería su pequeño cuerpo con sus gigantescas manos. Iría de arriba a abajo, empezando por el talle de su cintura y bajando poco a poco hasta su muslo para volver hacia arriba, cada vez más cerca de sus pechos cálidos y suaves hasta tocarlos con las puntas de los dedos. Luego bajaría la mano delicadamente por su estómago, demorándose un momento para jugar con su ombligo y después seguir su camino hasta su vientre húmedo y caliente, palpitante por la excitación.
Ella sabía que para entonces sus pezones estarían duros, como cuando hacía frío, y que él estaría frotando esa "cosa" contra su trasero desnudo. Sería como todas las otras noches, excepto que esta vez lo dejaría hacer más cosas; Kiana se sentía intrigada por lo que pasaría si no lo detenía cuando intentaba darle la vuelta para ponerla encima de él. ¿La penetraría? Y si lo hacía, ¿cómo se sentiría?
Kiana no podía más que alisarse otra vez los bordes de la playera extra grande que usaba para dormir en las noches de verano mientras imaginaba lo que ocurriría esa noche e intentaba no morir del sofoco que le provocaba la emoción de su nueva resolución de seguir adelante con el juego. Entonces escuchó los pasos de papá en la habitación de arriba. Ya era la hora de dormir.
Apagó la lámpara y se acostó en la cama bajo una ligera capa de sábanas; esas sábanas limpias y suaves que preparó especialmente para ese día. Eran sus preferidas pero eran muy viejas, ya estaban de tirar y por eso las escogió, para no tener que lavarlas después de toda la suciedad que deberían absorber esa noche. Kiana cerró los ojos y esperó. Respiró profundamente un par de veces y de pronto escuchó entre la oscuridad el chasquido del picaporte al girar y abrir la puerta. Su corazón se volvió loco y un mojón incontrolable le humedeció las pantaletas de encaje que se compró especialmente para esa noche.
Entonces lo sintió, sintió la presencia de ese hombre. Él la besó directamente en la boca, apasionadamente, forzando su lengua dentro de la boca de la chica sin esperar siquiera a sentarse en la cama. Kiana, sorprendida a la vez que excitada por la brusquedad del beso, supo que sin querer ambos tenían en mente la misma cosa: llegar hasta el final.
Ella contuvo el impulso de abrir las piernas y dejarlo instalarse ahí desde el principio; en lugar de eso rodeó el cuello del hombre con sus brazos y lo obligó a acostarse junto a ella para seguir besándolo. Él metió el cuerpo bajo las sábanas y la tomó por la cintura, apretándola contra él, recorriendo su silueta con una mano mientras con la otra se esforzaba por mantener el equilibrio sobre el codo. Puso una pierna entre las de ella y la recostó completamente, poniéndose casi encima de ella, pero no del todo, aún no.
Cuando él empezó a lamerle la oreja, un escalofrío le recorrió la mitad del cuerpo y un nuevo mojón la humedeció más todavía. Kiana podía sentir cómo le palpitaba "aquello", ansioso por recibir dentro de sí a ese hombre que era tan grande para ella, que la inundaba toda, que la envolvía en su aliento y la cubría con sus besos y sus manos como quien agarra una manzana. Su cuerpo estaba perdido en el limbo y lo único que podía ver, oír y oler era a él, y lo único que sentía era lo que él le hacía, porque por mucho que ella lo intentara no podía escapar de sus besos para lamer su oreja, ni podía huir de sus brazos para morder su ombligo... No, lo único que podía hacer era entregarse, dejarle ver a él lo bien que la estaba excitando porque creía que eso era lo único que ella podía hacer para excitar más a ese hombre.
Avergonzada a la vez que encendida, lo dejó mirarla, mirar su rostro arrebolado al borde del éxtasis, sus senos blandos y su piel de gallina por el miedo y la emoción. Lo miró sumisamente a los ojos, que estaban oscurecidos por el deseo y el placer. Lo dejó morder, lamer y chupar en ella lo que él quiso, aferrándose a la cama y las almohadas para no dejar escapar ningún sonido que pudiera alertar a papá. Dejó que la pusiera arriba de él y, sobreponiéndose a su pudor (que en esos momentos era ya escaso), clavó su lengua en su boca buscando llegar a lo más profundo, pellizcó suavemente sus tetillas (en parte por placer y en parte para mostrarle que si lo hacía suavemente igual se sentía bien) y luego bajó más y más la mano hasta cerrarla alrededor de su pene erecto, caliente, resbaloso y palpitante.
Una idea surgió en su cabeza y sin detenerse a pensarla, Kiana bajó su cabeza hasta encontrarse de frente con ese monumento a la lujuria y lo lamió con timidez como si fuera un chupete, una paleta de hielo o un caramelo enroscado, con fruición y placer, degustando la calidez y la humedad. Sintió sobre su cabeza las manazas del hombre y tras lamer un poco la punta,  apretó los labios y las deslizó pene abajo, metiéndolo en su boca tanto como pudo. Chupó delicadamente, temiendo dañarlo, y luego subió y bajó otra vez con los labios suavemente apretados alrededor.
El hombre le acariciaba la cabeza y a veces intentaba llevarla más hacia abajo, pero ella no dejó que él tomara el control, no en eso. Ese momento le pertenecía a ella, ella lo tenía a su merced. Chupó, lamió, subió y bajo hasta que de pronto el susurró su nombre y ella sintió palpitar entre sus labios esa "cosa". Algo caliente le llenó la boca y ella hizo un esfuerzo enorme por no derramar nada sobre el colchón.
Aunque ya había pensado en que ese momento llegaría, cuando tuvo el semen en la boca no supo si tragarlo o dejarlo salir de sus labios. Por un instante le sobrevino un asco tremendo de pensar en tragarlo, pero pronto se armó de valor y de dos tragos lo pasó. El hombre por su parte no se dio cuenta de este dilema; estaba muy ocupado reposando el orgasmo tendido sobre las sábanas como si cualquier cosa.
Kiana se acostó encima de él y lo besó con suavidad y dulzura, haciéndole probar un poco (sólo un poco) de su propio semen. El hombre la besó con renovada intensidad y sin pedirle parecer ni permiso le tomó los muslos con las dos manos y la abrió de piernas sobre él, oscilando a escasos centímetros de su pene.
Ella se sujetó del pecho del hombre como pudo y repentinamente un miedo tremendo la conquistó. Pero ya era demasiado tarde: Él empujó con las caderas hacia arriba y entró en su húmeda vagina antes de que ella pudiera decir ni pío.
El placer de recibirlo la despegó de su conciencia unos segundos, pero cuando se repuso comenzó a moverse intentando seguir el ritmo que él ya llevaba. Kiana estaba ya demasiado excitada, así que no habían pasado más de diez minutos cuando ella ya se había corrido dos veces. Cuando él terminó, Kiana flotaba en las nubes, apenas consciente de lo que acababa de suceder.
Besó al hombre dos veces, lo miró a los ojos y luego lo besó otras tres. Se abrazó a su cuerpo como un koala se abraza de un eucalipto. No quería que se fuera. Se sentía completa en ese momento, allegada así a él, desnudos ambos, embonando de una forma casi perfecta en el cuerpo del otro. Pero lo dejó ir. Ya estaba casi amaneciendo y papá no debía saberlo...
No, papá no debía saber jamás que ese hombre la visitaba en las noches. Papá no debía saber que Kiana amaba a ese hombre. Papá mataría al hombre que le quitó a su hija la virginidad, y con mayor razón porque la condición social de ese hombre respecto a Kiana hacía que su amor estuviera prohibido.

Si papá supiera que es sonámbulo se medicaría... Y se acabarían para Kiana esas noches de pasión y verano.

-Papá... -susurró ella en el silencio de su habitación.- Papá... siempre supe que el primero serías tú...

La prueba definitiva

Si quieres saber si estás listo para tener una relación seria con alguien o si esa persona está comprometida al cien contigo, no tienes más que pedirle que inicien un negocio juntos.
Oh sí, suena simple, pero la verdad es un asuntazo que para qué les cuento...

Estas vacaciones yo tenía la plena intención de trabajar, emplearme en alguna cadena de comida rápida y ganar dinero, ya saben, ir ahorrando para la uni y para cuando me salga de mi casa; sin embargo, parece que mi tamaño y apariencia no termina de convencer a mis contratadores. Qué más quisiera yo que verme como una chica de mi edad y medir lo que mide una persona normal, pero para mi desgracia parezco de doce años y mido menos que un pigmeo (okey, no tan así, pero seguro que entre los pigmeos no sería la más alta tampoco).

Me presenté a varios puestos, pero después de darme un vistazo me salían con el "eres menor de edad y no puedo contratarte", aún cuando el tipo que entraba a entrevista después mío era dos años menor (claro que medir 1.70 de altura y tener barba le ayudaba mucho). Cuando ya empezaba a plantearme ponerme un bigote falso, una amiga me comentó que acaba de abrir un puesto de raspados en su casa y que no le estaba yendo nada mal.

Lo pensé un poco y un día, como por coincidencia, mi caballero me sugirió autoemplearnos, poner un negocio juntos, y yo, claramente, acepté. Como es época de calor, me pareció que los raspados era una buena línea a seguir, y mi imaginación empezó a volar respecto a cómo hacerlos y dónde vender...

Pero ya pasados un par de días, cuanto más lo pienso ¡más miedo me da! Es decir, no es que no confíe en él o en nuestra dama, pero ¡poner un negocio juntos es ir muy en serio!
Osea, poner dinero los tres para comenzar algo así como un patrimonio, trabajar juntos, hacer ese esfuerzo extra e intentar mantenerlo todo el tiempo que sea posible... 
Es casi como casarse! Jajajajaja, no, ya en serio, está peliagudo. 

Mi experiencia me dice que cuando se trata de dinero, las cosas se ponen peligrosas. Siempre habrá el sentimiento de "yo estoy haciendo más que ustedes y no recibo lo justo", o no falta el "yo estoy poniendo X cosa de más" o el "yo invertí más que tú", y así puedo seguir y seguir...
Amistades largas, cuentas claras. Espero no verme envuelta en esos sentimientos esgoístas, y también espero que aprendamos a trabajar juntos sin distraernos ni nada de eso. Y espero que le hallemos una solución al problema de las ganancias, porque a como yo lo veo todo excepto una pequeña cantidad debería ir a nuestro fondo común de ahorros... el problema es si llega el día en que ese fondo tenga que dividirse en tres... o en dos...

¿Si nos separamos qué pasaría con el negocio? ¿El negocio sería un factor importante de peleas? Espero sinceramente que no.

Por mi parte, trabajaré en serio. Trabajaré duro, primero para lograr que funcionen los raspados y luego para vencer mi pánico a las ventas, y luego para llevar un administración efectiva. También espero no causarle problemas a mamá... ¡Ya tenemos suficientes por el momento!

Uf... ¿triunfaremos? ¿quedará como una linda anécdota? ¿Será el punto final o el inicio de algo mejor? Como quiera que sea sólo diré una cosa más: ¡más les vale que vengan a comprarnos raspados! xD