sábado, agosto 10

Sueños de orégano y clavo

Así que hoy estaba cocinando en mi pequeña mini cocina chicharrón en salsa verde por primera vez en mi vida. No es como que fuera muy difícil, pero no tenía una idea muy clara de cómo hacerlo.
Improvisando un poco no podía ser tan difícil, ¿verdad? 

Y mientras cocinaba me arrepentía, me sentía culpable por muchas cosas. Me arrepentía de todos los errores que he cometido estos últimos días, por mis defectos, por mis incapacidades... Mientras cocinaba me disculpaba mentalmente con el mundo al que tanto le debo y al que tanto le he fallado, me disculpaba por mi debilidad, por mis dudas, mi incertidumbre y por lo que fuera que hubiera hecho mal con o sin intención...

Mientras licuaba los tomates con un poco de sal me reproché por las molestias causadas a mis padres, mis amigos, mis hermanos, mis novios y todos aquellos con los que interactué alguna vez. Mientras hervía el chicharrón y sazonaba la salsa me arrepentía por haberme equivocado tanto, por no ser más valiente, por haber dejado que pasaran algunas cosas y no haber permitido otras...

Cuanto más grande y delicioso se volvía el vapor que salía de la olla, más pesado caía sobre mi el pasado nefasto, el pasado indecible. ¿Por qué me pesarán tanto estas cosas? ¿Por qué no puedo olvidarlas? ¿Por qué no hago como los demás y las dejo ir? 
Seguí removiendo la salsa, añadiéndole un poco de orégano triturado con mis propias manos, probé la salsa y le agregué dos clavos de olor para que adquiriera esa corpulencia aromática de las salsas caseras. 

Siempre me he sentido un estorbo, una cosa molesta que sólo le provoca problemas a los demás. Siempre, excepto cuando cocino. Cuando tengo la cocina para mí sola sucede algo extraño, porque pareciera que hago magia cuando logro que las cosas salgan bien, y eso es porque puedo hacerme cargo y  resolverlo todo con mi propia intuición, mi propia creatividad. No hay nada luchando en contra mía, sólo el fogón, mis ingredientes y yo.
Me resulta delicioso poder darle algo de mí a los demás, fruto de mi esfuerzo y mi amor. Es mi modo de retribuirles todo lo que me han dado. Cocinar hace que me sienta menos culpable por todo y me da la oportunidad de pensar un poco, de sentir lo que estoy haciendo y así poder transmitir lo que siento.

Intento recordar desde cuándo comencé a pensar en mí como una molestia pero no lo recuerdo. Sólo sé que desde que era muy pequeña quería remediar todo lo malo que había traído con mi simple existencia. Sé que por eso mis sueños más profundos son hacer felices a los demás y poder cargar sobre mí con toda la infelicidad que hay en el mundo. ¿Qué tonto verdad? Querer ser infeliz para que los demás sean felices.
Quizá es por eso que no creo en mi propia felicidad, porque lo siento como algo injusto y egoísta. ¿Con qué derecho me atrevo a ser feliz por mí misma en vez de dedicarme a hacerle la vida más ligera a los demás?

Siempre que me equivoco, termino pensando en que renunciaré a mí, a mis sueños y deseos para así volcarme por completo a resarcir mi error, a pagar mi deuda. Empiezo a despedirme de mi yo para rendirme al servicio de quienes me necesiten y hacer realidad los sueños de los demás. Curiosamente, jamás había pensado en mí como la protagonista de nada, razón por la cual no consideré seriamente ser artista (ni cantante ni actriz, ni tampoco escritora), sino más bien como la persona que está tras bambalinas ayudando a que todos hagan su trabajo y sean felices por ello. Siempre me imaginé como la persona más dulce, la más cálida, la más fuerte, la más callada, la más hábil, el tipo de persona que siempre tiene una solución para toda y te la entrega con una sonrisa en el rostro.
Pensaba en mí como un trampolín al éxito que los demás podían usar como les placiera, como un ente multiusos que trabajara incansable por el bien de los demás.

Mi único espacio -solía pensar- sería la cocina, porque será donde crearé los platillos más sabrosos para mi propia satisfacción personal. Y por eso, cuando aprendí a cocinar y comprendí que podía hacerlo muy bien, me sentí útil, verdaderamente útil. De todos mis talentos, creo que es el que más me gusta.

Extrañamente, siento esa imperiosa necesidad de sacrificarme a mí, que he hecho tantas cosas tan mal, en pro de quienes van a hacer las cosas mejor que yo. Siento la necesidad de disminuirme al máximo, de casi desaparecer de este mundo y convertirme en una sombra, en alguien que no exista y no sea importante pero que pueda hacer mucho por quienes le rodean.

Claro que, por más que lo he intentado, no he podido lograrlo. La gente no para de darme importancia, de amarme, de querer que yo brille, aunque no sea eso lo que yo quiera. Es gracioso que todos me tengan en tan alta estima dado la persona que soy. Si realmente soy tan linda, tan amable y madura, ¿cómo es posible que me siga equivocando? ¿Por qué sigo haciendo daño? ¿Por qué sigo estorbando?

No encuentro mi lugar en ningún lado. Aún no encuentro el modo de sentir que no soy una molestia. Aún sigo pensando, cada vez que me equivoco, en que debería dejarme de lado para hacerle sitio a quienes realmente merecen sobresalir.
Creo que, en gran parte, fue por esa razón por la que hace un año quise suicidarme. Me siento demasiado culpable porque mi existencia no ha traído tantas cosas buenas como se merecen los que me han cuidado y amado toda mi vida. Pienso en mí como algo tan inútil y desechable que no supe apreciar mi protagonismo en mi propia vida. Me sentí tan sobrevalorada, tan incapaz de llenar el traje que todos veían en mí, que quise desaparecer. Quise ponerle fin a mi incapacidad de servirles a otros, a mi egoísmo y a mi capacidad de infligir dolor en otros; por eso hice lo que hice.

Ya he superado en gran medida muchas de las cosas que me hacían querer morir, pero este es un aspecto que sigue ahí y se hace más notorio cada vez que siento que decepciono a alguien o cada vez que cometo un error. Sigo preguntándome qué está mal en mí como para pensar estas cosas. Me pregunto si hay alguien que entienda exactamente lo que siento... ¿Habrá alguien como yo ahí afuera, intentando vivir para otros?

No me entiendan mal, sé reconocer lo bueno que tengo y lo malo también. Sé que no soy una basura como persona y también sé que valgo la pena, pero... ¿cómo decirlo? Sólo pienso que mi vida sería más útil si la dedicara a alguien que no fuera yo. No deseo la gloria, tampoco el estrellato. Ni siquiera deseo tener una vida cómoda, mucho dinero y un auto del año... No hay algo que realmente ambicione excepto dar felicidad. Quiero darle al mundo todo lo que pueda. Quiero ser amor. Quiero ser sosiego y paz. Quiero ser refugio y consuelo incondicional. Quiero trabajar duro desde el amanecer hasta el anochecer y no tener apenas tiempo para dedicarme a mí. Quiero retribuir por todos mis errores y darle la oportunidad a aquellos que sí quieren ser protagonistas para que brillen y destaquen y se conviertan en todo lo que siempre soñaron.

Creo que por eso me gustan la cocina y la enfermería. ¿Qué mejor forma de salir de ti mismo que convirtiéndote en especias y sal, en clavo de olor y olla de barro, mientras cocinas algo delicioso para tu familia, amigos e invitados? ¿Qué mejor forma de retribuir que prodigando cuidados a los que más lo necesitan?

Y por ahora mi salsa está lista y mi mente más clara. Los vapores se llevaron mi incertidumbre y un poco de mi culpa, porque sé que en cuanto mi familia pruebe mi comida sentirán un poco de la gratitud que siento hacia ellos por su duro esfuerzo en este lluvioso día de trabajo...

Gratitud

Usualmente me cuesta mucho trabajo ponerle un nombre a las entradas que publico, y usualmente no es el más acertado. Ya sé que hace mucho que no publico nada, pero la verdad me desanima descubrir que muchos de mis escritos son muy... malos. Hoy escribo únicamente porque contarle esto a alguien en particular parecerá una queja o un pedido de auxilio (lo cual no es el caso), y porque es algo que me tocó tan profundo que no puedo dejarlo atrapado dentro de mí sin compartirlo a nadie.

Hace unos meses que mi madre perdió su trabajo. Desde entonces ha estado trabajando en créditos financieros y otras cosillas de ventas, pero nada ha ido realmente bien. Incluso tuvimos que pedirle a mi primo que regresara a vivir con nosotras para que nos ayudara con los gastos de la casa.
La situación se tornó más desesperada después de mi cumpleaños. Creo que mamá quería darme gusto con una fiesta, porque hace un año no hicimos nada para celebrar, pero ahí se nos fue el dinero que estaba destinado al resto del mes.

Llevo no sé cuántos días comiendo dos veces diarias máximo, y hace tiempo que no desayuno como Dios manda. No hay fruta, verduras o ningún tipo de comida en mi refrigerador. Hace meses que le damos excusas al casero por no tener la renta a tiempo o completa. Estaba desesperada, no por la falta de comida o lo precario que era salir de casa, sino por el mal humor que poco a poco fue envolviendo a mi madre. Se quedaba callada todo el tiempo, acostada, viendo la tele, sin ánimo para nada.
Se hizo un suplicio estar aquí encerrada, pero no podía ir a ningún lado porque no tenía dinero para moverme.

Ayer gastamos en la comida el último centavo que teníamos y cuando llegamos a la casa con comida
había una lúgubre expresión en nuestra cara: ¿Qué haríamos al día siguiente para comer?
Y un milagro ocurrió entonces: limpiando las bolsas de regalo encontré un billete que me dejó mi papá. ¡Cien pesos! Estábamos salvadas. Corrí a la cocina y se lo puse a mamá en las manos con una sonrisa para animarla: teníamos un día más cubierto.

Pero hoy fuimos a ver a mi padrino. Él quería verme para felicitarme por mi cumpleaños, así que fuimos a verlo a pesar de todo. Nos invitó a comer en un restaurantillo cerca de su oficina.

La hamburguesa que comí ahí me supo a gloria, hacía mucho que quería en mi dieta algo que no fueran tacos de 5x10 pesos o huevos revueltos. Y luego, tras una agradable charla y una desagradable discusión sobre mi elección de carrera (porque mi padrino piensa que me desperdiciaré estudiando enfermería), mi padrino dijo:

-No sé qué regalarte.-y empezó a sacar de su cartera un par de billetes.- Así que cómprate lo que quieras.

Y me puso el dinero en las manos. A mí. Dinero. En las manos. Debía ser mil pesos o algo así, y se me hizo un nudo en la garganta, pero aguanté las ganas de llorar hasta que nos despedimos de él y le dimos la espalda. Entonces rompí a llorar y le dí a mamá ese dinero tal cual llegó a mis manos, sin verlo de nuevo, sin contarlo siquiera.

No puedo explicar cómo se sintió. Yo no esperaba nada de él, le estaba agradecida por la comida y pensaba que así al menos aguantaría el resto del día si era necesario, pero entonces, en un gesto absolutamente inocente, me dio lo que más necesitaba: un modo de ayudar a mi mamá.
él no lo sabe, pero su generosidad nos permitirá comer esta semana. Le dará a mi madre la oportunidad de trabajar un poco más sin preocuparse tanto por mí.

Ese gesto, ese regalo, significó más para mí que sólo un par de billetes. Fue como si Dios me dijera: "Tranquila, estoy aquí para cuidarte".
He sentido gratitud antes, pero hoy aparecieron ante mí los rostros de todos los otros ángeles que nos han salvado, que nos han ayudado antes, y no pude más que llorar de felicidad porque cuando todo se veía más oscuro, la luz de la esperanza se encendió otra vez.

Estoy esperando la respuesta a un par de solicitudes de empleo que mandé hace poco. Sé que pronto podré ayudar más, así que procuro relajarme un poco. Mientras tanto seguiré rezando por mi padrino, para que su regalo le sea retribuido diez veces.

Y esa... esa es mi historia de hoy. Gratitud. No darse por vencido. Ser fuertes. Y, cuando lo necesites, pide ayuda. Nunca está de más pedir ayuda, porque no siempre caerá del cielo como me pasó a mí hoy...