sábado, agosto 10

Gratitud

Usualmente me cuesta mucho trabajo ponerle un nombre a las entradas que publico, y usualmente no es el más acertado. Ya sé que hace mucho que no publico nada, pero la verdad me desanima descubrir que muchos de mis escritos son muy... malos. Hoy escribo únicamente porque contarle esto a alguien en particular parecerá una queja o un pedido de auxilio (lo cual no es el caso), y porque es algo que me tocó tan profundo que no puedo dejarlo atrapado dentro de mí sin compartirlo a nadie.

Hace unos meses que mi madre perdió su trabajo. Desde entonces ha estado trabajando en créditos financieros y otras cosillas de ventas, pero nada ha ido realmente bien. Incluso tuvimos que pedirle a mi primo que regresara a vivir con nosotras para que nos ayudara con los gastos de la casa.
La situación se tornó más desesperada después de mi cumpleaños. Creo que mamá quería darme gusto con una fiesta, porque hace un año no hicimos nada para celebrar, pero ahí se nos fue el dinero que estaba destinado al resto del mes.

Llevo no sé cuántos días comiendo dos veces diarias máximo, y hace tiempo que no desayuno como Dios manda. No hay fruta, verduras o ningún tipo de comida en mi refrigerador. Hace meses que le damos excusas al casero por no tener la renta a tiempo o completa. Estaba desesperada, no por la falta de comida o lo precario que era salir de casa, sino por el mal humor que poco a poco fue envolviendo a mi madre. Se quedaba callada todo el tiempo, acostada, viendo la tele, sin ánimo para nada.
Se hizo un suplicio estar aquí encerrada, pero no podía ir a ningún lado porque no tenía dinero para moverme.

Ayer gastamos en la comida el último centavo que teníamos y cuando llegamos a la casa con comida
había una lúgubre expresión en nuestra cara: ¿Qué haríamos al día siguiente para comer?
Y un milagro ocurrió entonces: limpiando las bolsas de regalo encontré un billete que me dejó mi papá. ¡Cien pesos! Estábamos salvadas. Corrí a la cocina y se lo puse a mamá en las manos con una sonrisa para animarla: teníamos un día más cubierto.

Pero hoy fuimos a ver a mi padrino. Él quería verme para felicitarme por mi cumpleaños, así que fuimos a verlo a pesar de todo. Nos invitó a comer en un restaurantillo cerca de su oficina.

La hamburguesa que comí ahí me supo a gloria, hacía mucho que quería en mi dieta algo que no fueran tacos de 5x10 pesos o huevos revueltos. Y luego, tras una agradable charla y una desagradable discusión sobre mi elección de carrera (porque mi padrino piensa que me desperdiciaré estudiando enfermería), mi padrino dijo:

-No sé qué regalarte.-y empezó a sacar de su cartera un par de billetes.- Así que cómprate lo que quieras.

Y me puso el dinero en las manos. A mí. Dinero. En las manos. Debía ser mil pesos o algo así, y se me hizo un nudo en la garganta, pero aguanté las ganas de llorar hasta que nos despedimos de él y le dimos la espalda. Entonces rompí a llorar y le dí a mamá ese dinero tal cual llegó a mis manos, sin verlo de nuevo, sin contarlo siquiera.

No puedo explicar cómo se sintió. Yo no esperaba nada de él, le estaba agradecida por la comida y pensaba que así al menos aguantaría el resto del día si era necesario, pero entonces, en un gesto absolutamente inocente, me dio lo que más necesitaba: un modo de ayudar a mi mamá.
él no lo sabe, pero su generosidad nos permitirá comer esta semana. Le dará a mi madre la oportunidad de trabajar un poco más sin preocuparse tanto por mí.

Ese gesto, ese regalo, significó más para mí que sólo un par de billetes. Fue como si Dios me dijera: "Tranquila, estoy aquí para cuidarte".
He sentido gratitud antes, pero hoy aparecieron ante mí los rostros de todos los otros ángeles que nos han salvado, que nos han ayudado antes, y no pude más que llorar de felicidad porque cuando todo se veía más oscuro, la luz de la esperanza se encendió otra vez.

Estoy esperando la respuesta a un par de solicitudes de empleo que mandé hace poco. Sé que pronto podré ayudar más, así que procuro relajarme un poco. Mientras tanto seguiré rezando por mi padrino, para que su regalo le sea retribuido diez veces.

Y esa... esa es mi historia de hoy. Gratitud. No darse por vencido. Ser fuertes. Y, cuando lo necesites, pide ayuda. Nunca está de más pedir ayuda, porque no siempre caerá del cielo como me pasó a mí hoy...

No hay comentarios:

Publicar un comentario